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¿Tienes cuatro días por delante? ¡Pon rumbo a Marrakech!

Marrakech es una ciudad fascinante, repleta de atractivos para el viajero tanto culturales como arquitectónicos, artísticos, gastronómicos y, por supuesto, humanos.

El caos de Marrakech crea adicción. Pocos lugares como la ciudad marroquí nos invitan a olvidar nuestra vida de ciudadanos modélicos de vida ordenada y a disfrutar de esa algarabía contagiosa que es la medina de la ciudad. Allí nos lo pasaremos de maravilla luchando contra los elementos mientras nos intentan vender unas babuchas, un zumo de naranja o quién sabe qué, nos colocan una serpiente en los hombros y comemos junto a la población local en su emblemática Plaza de Jamaa El Fna, mientras nos concentramos en esquivar la muerte en forma de atropello por parte de los más variopintos medios de transporte.

Marrakech es adorable, y somos muchos los que regresamos y regresamos porque la ciudad, con ese tono tan característico, crea adicción. Lo primero que hay que hacer es reservar un Vueling, lo segundo olvidar todo lo que sabemos sobre las ciudades de occidente y después solo queda entregarnos a la aventura de vivir Marrakech hasta las entrañas. ¿Nos vamos?

Día 1: La medina y alrededores

Nuestro consejo a la hora de alojarnos en Marrakech es escoger un riad, uno de esos pequeños hotelitos situados en la medina, la ciudad antigua, que en su día habían sido casas señoriales, con hermosos patios repletos de azulejos y todos los elementos de su decoración original. ¿Una recomendación? Riad Abracadabra, un precioso hotel de contadas habitaciones en cuya terraza sirven unos desayunos de ensueño a base de productos locales. Y es que en Marrakech, ya lo explicamos en este post, se come de lujo.

Lo mejor es entregarse al placer de recorrer la medina sin rumbo fijo, perdiéndonos entre sus callejuelas repletas de puestos de ropa y artesanía, hacer algunas compras (no sin antes regatear) y parar a tomar un té con menta en alguno de sus bares callejeros. Este tour por el centro histórico debe llevarnos por fuerza la hermoso Palació de la Bahía, donde podremos visualizar la vida de los sultanes y sus esposas, las Tumbas Saadíes y el Mellah, el barrio judío, un lugar muy interesante para un paseo al acabar la tarde.

Al final del primer día ya estaremos felizmente estresados, más que inmersos en la cultura y talante de un país del que seguramente nos habremos enamorado, listos para hacer la última parada del día en los puestos de comida de Jamaa El Fna, donde compartir mesa con la población local para degustar a precios muy bajos algunas delicias de la cocina tradicional del país. Nada mejor en estas circunstancias que regresar, cansados y sobreestimulados, a un riad silencioso y apacible en el que reponer fuerzas para la siguiente jornada.

Día 2: La ciudad moderna

Nos acercamos a la zona nueva de Marrakech y el contraste nos deja siempre de piedra. Fuera de la medina nos encontramos con una ciudad moderna y cosmopolita, similar a muchas occidentales, repleta de oficinistas que van y vienen, hoteles (muchos de ellos de lujo), cafés y restaurantes. Podemos empezar la jornada con una visita a los Jardines de Majorelle, creados por el pintor francés Jacques Majorelle y comprados por Yves Saint Laurent, otro enamorado de Marrakech, en 1980. Podemos proseguir visitando las zonas de Guéliz, con sus amplias avenidas, tiendas y restaurantes, y el barrio del Hivernage. Por la tarde, nada mejor que dirigirnos hasta el Palmeral de Marrakech y, por qué no, acabar la jornada con un paseo en camello. Dado que el día habrá sido movidito, nada mejor que ponerle fin con una visita a un hammam para dejar que nos cuiden. Les bains de Azahara son una buena opción.

Días 3 y 4: Una excursión al desierto de Zagora

Lo que suele ocurrir cuando llevamos unos días en Marrakech es que no queremos abandonar la ciudad ni locos, y eso que existen excursiones interesantes para conocer otras caras del país (como la localidad costera de Essaouira, a unos 180 km y un destino vacacional playero la mar de pintoresco). Nuestra recomendación es dedicar al menos un par de días para hacer una excursión al desierto, concretamente al de Zagora, donde nos alojaremos en una haima bereber y disfrutaremos del espectáculo inigualable de contemplar el atardecer en el desierto. Existen diferentes compañías que ofrecen tours, que generalmente incluyen desplazamiento y alojamiento, de manera que conviene informarnos bien antes de hacer la reserva, porque algunas ofrecen también, por ejemplo, paseos en camello, recorridos en 4X4 y otras propuestas.

Si nos sobra algún día, conviene dedicarlo a callejear de nuevo por la medina, adentrarnos en tiendas imposibles de alfombras y babuchas, acabar comprando cosas que en ningún caso necesitamos, parar en la plaza Jemaa El Fnaa a tomar un zumo de naranja o hacernos fotos con un mono entre bocinas y estruendo. No hay mejor manera de decir adiós a lo grande a la ciudad marroquí, cuyo aroma a especias se nos quedará grabado al menos durante unos días (¿tal vez para siempre?) tras el regreso.

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