Reikiavik una pequeña gran ciudad I
09 de noviembre, 2016
La primera parte de este post la centraremos en el contexto de una escena musical tan rica como la de la capital islandesa. Veremos como es esta ciudad encantadora, llena de contrastes, y acogedora para el visitante.
En cierta manera, visitar Reikiavik no supone visitar Islandia, sino descubrir su cara más abierta al mundo, la más cercana y amigable, la que nos permite sentirnos cómodos estando a miles de kilómetros de casa. Porque una vez abandonadas las acogedoras calles del centro de la capital islandesa, que es la ciudad más poblada de toda la isla (unos 130.000 habitantes -215.000 sumando la periferia- de un total de 335.000 personas en todo el país), las distancias entre edificaciones va creciendo exponencialmente, distribuyéndose la población como si estuviésemos en Estados Unidos. Aunque si algo manda más allá de los límites de Reikiavik es la naturaleza, pero esa es otra historia de la que ya hablaremos en otra ocasión.
Aunque las frías temperaturas invernales no permiten el turismo que nos gustaría a los mediterráneos, visitar Reikiavik durante primavera, verano y principios de otoño puede ser una experiencia fantástica. A principios de octubre las temperaturas en la ciudad resultan todavía muy aptas para visitantes españoles, con temperaturas entre los diez grados como máxima y los dos como mínima. Vamos, frío, pero todavía soportable. Por ello, y por las horas de luz, apetece pasear caminando arriba y abajo por la calle, echando un vistazo a las tiendas que se suceden una tras otra en el centro de la ciudad. Establecimientos de artesanía, tiendas de ropa de lo más diverso (se recomienda visitar las que venden jerséis de coloridas cenefas hechos a mano), restaurantes, bares musicales, galerías de arte e incluso tiendas de discos, se van alternando hasta convertir el centro en un núcleo comercial importante, pero muy alejado de la locura de los centros de las grandes urbes europeas. En Reikiavik todo el mundo piensa con la cabeza, pero también con el corazón. Las tiendas buscan su propia personalidad, su trato es cercano y no vamos a encontrarnos con hilos musicales atronadores, colas masivas o campañas invasivas que nos corten la respiración. También podremos pararnos a comer, desde comida local de sabores fuertes a pizzas de estilo italiano como las de Primo Ristorante, pasando por apetitosas sopas de estilo nórdico y eslavo de carne –no dejes de ir a Svarta Kaffi, en Laugavegur 54, donde las sopas las ofrecen dentro de un pan -o los populares perritos calientes de Bæjarins Beztu Pylsur (Tryggvagata 1), el puesto callejero en el que según George Clinton se hacen los mejores hot dogs del mundo. Y no se preocupen por el servicio. Al margen de que nos podamos encontrarnos con gente de diversas nacionalidades (entre ellos bastantes españoles), los islandeses son de trato agradable, pero discreto. Ah, y tampoco se sorprendan si los camareros o camareras que les sirven son muy jóvenes para el estándar español. Si alguna vez fue cierto aquello de que el trabajo ennoblece, en Islandia parecen aprenderlo antes que en otros países europeos.
De todas formas, que nadie se preocupe, porque si caminar no apetece, Reikiavik cuenta con diversas líneas de autobuses que nos ayudarán a movernos por el casco urbano y las inmediaciones.
Un verdadero viaje a Islandia debe empezar con las calles de la capital y extenderse luego sin excusa posible a lo largo y ancho de una de las islas más preciosas del mundo para los amantes de la calma, lo mágico y la naturaleza más atractiva. En la ciudad los colores de los edificios se combinan, permitiéndose libertad suficiente como para que un edificio tenga sus paredes azules y el contiguo prefiera un blanco señorial marcado por el paso de los años; en la naturaleza, el blanco de la nieve y el hielo, el verde brillante de la vegetación, el marrón y el gris volcánicos y los mil y un matices de las aguas que fluyen libres se combinan para crear una paleta de colores que no hace sino subrayar la majestuosidad de una naturaleza que los islandeses siempre han defendido desde lo más profundo de sus corazones.
Ahora bien, eso no significa que, por estar en la capital, debamos darle la espalda a las oportunidades de acercarnos a la Islandia más libre y salvaje. Sin ir más lejos, en el puerto de la ciudad hay infinidad de propuestas que nos invitan a embarcarnos durante tres o cinco horas para poder ver a diversos tipos de cetáceos nadar en total libertad en las frías aguas árticas, ballenas de tamaños distintos o variedades inimaginables de delfines. Eso sí, que nadie se lleve un chasco. Los animales no están ahí esperándonos, con lo que la suerte de encontrarse con ellos o el riesgo de que nuestro viaje sea infructuoso están en manos de la madre Gaia. De ahí que quizás la excursión que nos brindará mejores resultados será la de visitar las zonas en las que los frailecillos atlánticos, conocidos en Islandia como puffins, anidan y desarrollan su vida. Se calcula que hay entre ocho y diez millones en todo el territorio.
Pero hay mucho más que hacer en una ciudad como Reikiavik. Podrían ustedes ver las fantásticas auroras boreales (si tienen suerte coincidirán con una de las marcadas ocasiones en las que la ciudad apaga sus luces para que todo el mundo pueda disfrutar de esa maravilla de la naturaleza), visitar la Hallgrímskirkja Church, de colores grises en su exterior, pero de formas e interiores sorprendentes, o sumergirse en las aguas calientes de los diversos baños termales tanto dentro como fuera de la ciudad.
En la siguiente parte pasaremos a desgranar la que es una de las escenas musicales más prolíficas e interesantes del planeta. ¿A qué esperas para descubrir la capital más al norte del mundo? Consulta nuestros vuelos aquí.
Texto de Joan S. Luna (Mondo Sonoro)
Imágenes de Los Viajes de ISABELYLUIS
09 de noviembre, 2016