A menos de dos horas en coche del aeropuerto de Milán nos adentramos en el Valle de Aosta (en francés Vallée d'Aoste o en italiano Valle d'Aosta), la zona de los Alpes Occidentales que limita con Francia y Suiza.
Este es el plan: volamos hasta Milán, alquilamos un coche –no sin antes haber dedicado al menos una jornada a visitar la ciudad– y ponemos rumbo al Valle de Aosta. Disfrutaremos de esa combinación única entre glamour y naturaleza tan propia de este país; recorreremos lagos, valles y praderas y tendremos ante nuestros ojos picos como los icónicos Cervino, Monte Bianco, Monte Rosa y Gran Paradiso, que se encuentran entre los más altos de Europa.
En verano disfrutaremos de paisajes verdes y hermosos, de bosques de cuento y de lagos en los que darnos un chapuzón a cualquier hora, mientras que el invierno es época de esquí y recogimiento, de colinas nevadas y de fondues (fondute, en italiano) interminables frente al fuego. Encontraremos también castillos, glaciares, campos de cultivo, casitas típicas alpinas, cascadas, ríos y mil ingredientes más para unos días tan sorprendentes como inolvidables en una de las regiones más bonitas de Europa.
Hay mil combinaciones y numerosos lugares en los que detenernos si la vida nos lleva al Valle de Aosta. En esta ruta en coche desde Milán que hemos diseñado os proponemos algunos de ellos.
PD: Si ya conoces Milán y te apetece descubrir otra ciudad, puedes empezar tu ruta volando a Turín.
1. Gressoney-la-Trinité
La primera parada del camino puede ser la pequeña localidad de Gressoney-la-Trinité, un hermoso rincón donde, al fondo, los Alpes nos parecerán en todo momento un decorado. Desde aquí parten numerosas excursiones por la zona, como la que nos lleva al nacimiento del río Lys, una preciosidad cuando la nieve nos permite ascender. Este pueblecito encantador nos servirá como centro de operaciones para conocer el valle de Gressonay, que cuenta con una de las grandes reliquias arquitectónicas de la zona: el castillo de Saboya, que fue residencia de la reina Margarita y presume de unas vistas espléndidas al macizo Monte Rosa, la joya de este valle. Tras la visita al castillo, es probable que nos apetezca darnos un chapuzón en el lago Gover, ya listos y fresquitos para continuar la jornada por pueblecitos como Gaby o Issime, algunas de las numerosas joyas ocultas del Valle de Aosta.
2. Bard
Paradas obligadas, ya de camino a la ciudad de Aosta, la capital, son Pont-Saint Martin, con su pintoresco puente romano, y Bard, con su emblemática fortaleza, uno de los paisajes más inmortalizados de la zona. Desde aquí, es fundamental acercarse al castillo de Verrès, uno de los más interesantes del valle de Aosta, muy bien conservado y abierto al público, y al castillo de Issogne, que fue más bien un centro de recreo, actualmente renovado, de bonitos colores y por el cual parece que no hayan pasado los años. En esta zona no podemos dejar de visitar el parque de Mont Avic, un área protegida sumamente hermosa en la que encontramos varios senderos para disfrutar de excursiones para todos los niveles.
3. Breuil-Cervinia
Vamos a conducir prácticamente hasta la frontera para llegar a la localidad de Breuil-Cervinia, una estación de esquí ubicada a los pies del monte Cervino donde, si es invierno, encontraremos numerosas actividades relacionadas con la nieve y en verano unos paisajes espectaculares. Desde aquí podemos tomar el teleférico que conduce a la cima del Plateau Rosa, a unos 3500 metros de altitud, y detenernos en Plan Maison para estirar las piernas y acercarnos al lago Goillet, una presa artificial que nos va a regalar unas panorámicas de la archifamosa pirámide Cervino, probablemente el pico más emblemático de los Alpes italianos. Si nos queda tiempo, no podemos dejar de visitar Chamois, un pequeño rincón en el que no hay tráfico, desde donde podemos tomar un telesilla que conduzca al lago Lod y a Point Sublime, un magnífico mirador con vistas espectaculares.
4. Aosta
Ya habremos pasado un par de días entre incursiones en castillos, chapuzones en lagos, excursiones por senderos de cuento de hadas y, por supuesto, largas sobremesas tras haber disfrutado de la espléndida gastronomía de la zona: desde la fonduta (la versión italiana de la fondue, que se elabora con queso fontina) a la típica polenta o la zuppa a la Vallpelinense, una sopa con caldo de carne y repollo. Llegamos a Aosta, la capital, un buen lugar para pernoctar al menos un par de noches, donde vamos a volvernos locos con su legado romano, que encontramos salpicado por toda la ciudad. Conviene dedicar al menos una jornada a descubrir los encantos de este lugar, desde el puente romano al arco de Augusto, la Porta Praetoria, las murallas, el teatro, la necrópolis y el criptopórtico forense.
Si estamos en Aosta no podemos dejar de conducir hasta el imponente castillo de Fenis, a apenas 20 minutos, uno de los más bonitos de los Alpes, cuya construcción data del siglo XII. Si nos queda tiempo, recomendamos encarecidamente una visita a su interior, que conserva intactos hermosos frescos de San Jorge.
Nada mejor para acabar la jornada en Aosta y alrededores que reservando mesa en Vecchio Ristoro, un restaurante con estrella Michelin ubicado en un viejo molino del siglo XVII. Si no queremos rascarnos tanto el bolsillo Osteria da Nando es otra opción maravillosa para disfrutar de los sabores de la región en un entorno tradicional.
5. Cogne
Si pernoctamos en Aosta, podemos hacer numerosas excursiones y visitas a lugares como Cogne, a apenas 40 minutos, un pueblecito muy bonito, con una oferta gastronómica espectacular, que nos servirá como puerta de entrada al Parque Nacional de Gran Paradiso, un lugar perfecto para hacer excursiones sencillas y ver animales pastando a sus anchas por la zona. Las cascadas de Lillaz son de visita obligada.
Desde aquí, una parada obligatoria es el puente romano que hay en Pont d’Äel, así como el teleférico de Montzeuc, que nos deja en una pequeña terraza de montaña desde la que tomar un sendero que nos conduce a diferentes miradores del Montblanc.
6. Monte Bianco
Uno de los ‘must’ del viaje es, sin duda, tomar el teleférico de Monte Bianco, el Skyway, desde el que contemplar la majestuosidad de los Alpes a nuestros pies, ya sea rebosando verde o cubiertos por un manto de nieve. Para acceder a él tenemos que conducir unos 35 minutos desde Aosta a Entrevès, la localidad más cercana a la base del teleférico. Las vistas son espectaculares constantemente, e incluso podremos comer en las alturas si reservamos mesa en el Bistrot Panoramic. Si estamos por la zona y el tiempo lo permite, no podemos dejar pasar la oportunidad de acercarnos al pueblo de Courmayeur y coger el teleférico hasta Plan Checrouit, la piscina al aire libre a 1800 metros de altitud con vistas al Monte Bianco Abren solo durante los meses de julio y agosto y darse un chapuzón en sus aguas puede ser una de las mejores experiencias del viaje.
¿Qué dices? ¿Te apetece quedarte con la boca abierta viendo las montañas más espectaculares de Europa y disfrutando de unos días de naturaleza y relax?