Si buscas un otoño diferente, Gran Canaria lo tiene todo: excursiones de película, playas infinitas, un clima perfecto y unos habitantes de una calidad extraordinaria. ¿Se puede pedir más?
Viajar a Gran Canaria en otoño es un planazo. Tiene de todo: sol, playa, piscinas naturales, montaña, bosques, pueblecitos y su gente de sonrisa eterna que te harán sentir como en casa. ¿Te imaginas aterrizar en este paraíso y que el termómetro marque 24 grados mientras en tu ciudad ya estás sacando el paraguas y el abrigo? Pues así es Gran Canaria, un continente en miniatura donde cada día es verano. Eso sí, sin renunciar a la autenticidad del otoño.
Pasea por el casco histórico de Teror, sube al Mirador de La Sorrueda, recorre los senderos de Tamadaba y termina el día tomando algo en un chiringuito de la playa de Las Canteras mientras escuchas a los grancanarios hablar y reír. Porque Gran Canaria en otoño es también naturaleza, cultura y gastronomía. Aunque lo mejor es la gente: cercana, divertida y acogedora.
¿Te han sobrado unos días de vacaciones? Ni lo dudes.
Un clima que enamora todo el año

El otoño es perfecto en Gran Canaria. La isla se mantiene agradable y soleada y los días, siempre apacibles, invitan a pasear por senderos verdes y descansar en playas interminables. A veces, las noches piden una chaqueta ligera para callejear por Teror, Las Palmas, Agaete o Arguineguín. Cada rincón tiene su microclima, como hecho a medida para no pasar calor ni frío.
Si eres de madrugar, la bruma matutina del Jardín Botánico Viera y Clavijo, ubicado al borde del barranco del Guiniguada, te deja loquísimo con sus colores y aromas de otro mundo. ¿Eres de los que van con la agenda lista para hacer check de todas las paradas imprescindibles? Pues ya puedes empezar a tachar, porque disfrutarás sin prisa de lugares como las Dunas de Maspalomas, un desierto en miniatura pegado al mar. Subes una duna y te sientes en el Sáhara, bajas y tienes el Atlántico esperándote con su arena dorada y ese combo único entre aventura y chill. Tampoco te pierdas el Roque Nublo, una roca volcánica de 80 metros de alto sobre el nivel del mar. Era el templo de los aborígenes y hoy sigue imponiendo respeto: subes, miras alrededor y te sientes pequeño al instante.
Senderos de película

Si eres fan del trekking, el otoño es la mejor época para practicarlo. Subir al Pico de las Nieves te regala vistas infinitas, con la isla a tus pies. Aunque si te aterra el monte, no sufras: puedes contratar una excursión guiada para subir acompañado. ¿Te has venido arriba? El Barranco de Guayadeque parece un set de película, con sus cuevas naturales que actualmente han sido habilitadas como viviendas, restaurantes o casas de turismo rural. Pasear por sus recovecos permite conocer cómo vivieron en su día los indígenas y disfrutar de una jornada completa de naturaleza e historia. El Roque Nublo es otra parada obligatoria: imponente, mágico y con vistas increíbles.
Pero hay más. El Parque Natural de Tamadaba es un paraíso de 7.500 hectáreas, con acantilados que quitan el hipo, bosques de pino canario, barrancos y praderas para perderse y sacar la foto de rigor desde su mirador: El Balcón. Y ojo, que la isla tiene más: Barranco Oscuro, Doramas o el Roque de Aguayro tienen rutas de senderismo para todos los niveles.
Por último, Los Tilos de Moya es un bosque de cuento en el norte de la isla: un paraíso de senderos verdes que se enredan entre helechos y pinos y rincones que parecen preparados para la foto. Camina entre laurisilvas (el árbol autóctono de la isla)... ¡y ríete tú de Hansel y Gretel!
Gastronomía para todos los paladares (y bolsillos)

Lo bueno de Gran Canaria es que puedes salir sin rumbo y terminar en cualquier restaurante pegado al mar con la seguridad absoluta de que vas a comer como un rey. La gastronomía aquí nunca falla: pescados a la brasa de campeonato –la famosa vieja, la reina de la casa–, ensalada fresca y papas con mojo, que saben mejor cuando se disfrutan con vistas al Atlántico. Ya te advertimos de antemano que vas a amar el almogrote, una pasta de queso típica que se elabora con queso de cabra. Y si estás en el norte, pide también su queso de flor, una delicia perfecta para acompañar un vinito local –sí, los Vinos de Gran Canaria no son broma– con precios que no hacen llorar a la cartera. Pero ojo, que también hay restaurantes de gran nivel donde brilla la nueva cocina canaria de autor. Echa un vistazo a guías como Repsol y Michelin y a darlo todo, ¡aunque sea por un día!
Playas y piscinas naturales: relax en estado puro

Después de la montaña toca bajar a la costa. Por ejemplo, a la Playa de las Canteras, en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, urbana y con surferos cruzándose contigo como si fueras parte del show. Amadores y Puerto Rico, en Mogán, son ideales para tumbarte y que nadie te moleste. Playa de Güigüi es solo para aventureros: vale la pena un trekking ligero para llegar a ese paisaje salvaje con aguas turquesa de postal (aunque también se puede acceder en barco desde Mogán). Ni al más gafe le falla el clima, así que no seas cenizo y mete ropa playera en la maleta.
Otra de las playas más salvajes y bonitas de Gran Canaria es Playa de las Nieves, en Agaete: un rincón tranquilo rodeado de montañas rocosas que vuelve locos a los submarinistas. Y de paso, no te pierdas el Dedo de Dios, otra joyita de la zona. Guayedra es la playa perfecta para practicar nudismo, mientras que si buscas autenticidad local, Tufia es el lugar: una mini aldea de pescadores con suelos rocosos y casitas blancas.
Si el cuerpo te pide piscina, mejor olvidar la del hotel. Las piscinas naturales salpican Gran Canaria gracias a la orografía volcánica de la isla. Desde el Charco de San Lorenzo, en Moya, hasta el Roque Prieto en Santa María de Guía, ambos perfectos para una jornada de relax esquivando el oleaje atlántico. Los Charcones de Arucas, el Agujero en Gáldar y Las Salinas en Agaete son también mini paraísos donde sentirse como un Robinson Crusoe del siglo XXI.
Pueblos de postal

Alquilas un coche y la isla se transforma, con carreteras que suben y bajan entre montañas verdes y barrancos infinitos. Cada curva te lleva a un pueblecito diferente, como si cruzaras latitudes. Tejeda te atrapa con calles empedradas, balcones llenos de flores y dulces de almendra que huelen a cielo. Teror, en pleno Parque Rural de Doramas, te hace bajar el ritmo: abuelas saludando, plazas llenas de vida y hermosas vistas. Agaete sorprende con su norte salvaje, casas blancas y el Atlántico golpeando suavemente el puerto. Mogán, por su parte, es otra visita obligada: una mini Venecia canaria con canales, casas blancas y flores rojas por todas partes.
En definitiva, Gran Canaria en otoño lo tiene todo: playas, montañas, pueblos con encanto y una gastronomía que te hace salivar. Sin olvidar la artesanía local, perfecta para llevarte un pedacito de la isla a casa. Prepárate para no querer marcharte nunca.