Tres años en Barcelona, la ciudad que cada año atrae a más expatriados de todo el mundo. La experiencia de una italiana en la capital de Cataluña, repasado a través de algunos de sus barrios más significativos: el Raval, Gràcia, Poblenou y el Born.
Soy la reina de las mudanzas. Llevo siete en poco más de tres años. Concretamente, siete casas en cuatro barrios. Divido mi vida en cajas de cartón que a veces ni me da tiempo a deshacer.
Por ello, mis amigos han acuñado para mí el término mudansia. Un neologismo híbrido en el que el castellano "mudarse" se encuentra con mi lengua madre, el italiano, para expresar la idea de la inquietud ligada al movimiento.
Es difícil encontrar un lugar donde asentarte cuando vienes de otro país. Construir ese concepto de casa que las generaciones anteriores tenían tan claro, y que se ha vuelto tan inestable, es cada vez más difícil. No importa lo similar que pueda ser tu cultura de origen a la del lugar de destino, son tus costumbres las que debes cambiar una vez superado el umbral de tu zona de confort (que quizá no era tan confortable si te ha traído hasta aquí). El día a día se llena de desafíos constantes: un nuevo idioma, cuestiones burocráticas, búsqueda de casa, búsqueda de trabajo, encontrar el espacio para la independencia personal y, al mismo tiempo, hacer balance en un contexto que se vuelve nuevo espacio de pertenencia. Hacerse, finalmente, una persona adulta.
En la pared de una calle que desemboca en La Rambla, mis ojos se cruzan con un mural que dice: “La vida es una búsqueda”.
Y es exactamente por esa búsqueda por lo que, en un otoño demasiado cálido para resultar creíble, aterricé aquí. Llevaba conmigo una maleta enorme de sueños y de miedos demasiado grandes para mantenerlos dentro de los límites inestables de mi cuerpo. Hoy, que te miro como se mira a una amiga, una cómplice; hoy, que puedo ver en qué medida me has desafiado para convencerme de llegar a ser una versión mejorada de mí misma (o al menos a intentarlo), me siento en los peldaños de la escalera de mi enésima casa y recorro con el recuerdo estos tres años.
Y esta es mi carta de amor para ti, Barcelona, dividida en párrafos, uno por cada uno de los barrios que me han acogido desde que tú y yo vibramos al unísono.
RAVAL
Eras muy hostil cuando llegué aquí. De algún modo te parecías a mi, y las circunstancias me habían llevado a uno de tus barrios más contradictorios. La palabra Raval deriva del árabe rabad (lo que se encuentra fuera de los muros) y hace referencia a los avatares históricos de esta zona, hoy multicultural y viva, separada tiempo ha mediante un lienzo de muralla del centro de la ciudad. Me mantuviste despierta por la noche, con las risas y los gritos de quienes, tras una larga noche de fiesta, vuelven finalmente a casa. Me obligaste a preguntarme si serías el lugar adecuado para mí, y si yo sería una persona justa y capaz. Fuiste madre y motor de mis dudas, las que me hicieron crecer en las veladas pasadas escribiendo historias de escaso valor en el Bar Marsella, una de las licorerías más antiguas de Europa, donde el tiempo deja de existir.
Me permitiste salir de casa sin maquillar y sin que eso me importara, abandonar poco a poco el perfeccionismo del que me revestía a modo de coraza y que me hacía más mal que bien. Me conmoviste con la historia de María Boadas, la propietaria del local que no cerró ni mientras caían las bombas de la guerra civil y daba de beber a quien lo necesitase. Me enseñaste con el ejemplo de tus iniciativas culturales que las ganas de progresar no pasan necesariamente por rechazar los orígenes propios. La Filmoteca, el CCCB, el MACBA, el Gato de Botero, pero también los talleres artísticos, las librerías clandestinas... están siempre ahí para recordármelo.
GRÀCIA
El largo camino que empieza en Vía Augusta y termina dulcemente en ese río de coches y árboles de la Avenida Diagonal es el que durante un año dejé atrás cada día para volver a casa. El bosque de rascacielos, modernos gigantes de vidrio, piedra y metal, cede el paso, al girar la esquina, a la gracia de lo que parece un pueblito encerrado entre los brazos robustos de una ciudad frenética y vivaz. El estupor de este descubrimiento repetido cada noche, al volver del trabajo, persistió idéntico durante todo el tiempo que pasé aquí. Te llaman Gràcia, como el estado al que elevas el alma, y fuiste hace tiempo un rincón rural con casas esparcidas y algún palacio señorial.
Hay muchos aspectos de ti que me encanta revivir. Tu suntuosa fiesta mayor, para la que, con ayuda de los vecinos, vistes tus calles de enormes estatuas de material reciclado. Sentarme en el suelo de la Plaza del Sol, un domingo ocioso, con los amigos de siempre o con perfectos desconocidos, alrededor de una fogata imaginaria. Tus bares populares y el toque piji-progre de los negocios de pequeños artesanos locales. La voz de Mercé Rodoreda, escritora catalana, que suena todavía en la Plaza del Diamante a la que su obra maestra debe su nombre. Recorrer la calle Verdi, entre bares y librerías, y preguntarse si sería mejor ir al cine o seguir por la calle arriba hasta llegar al Park Güell, tributo a la diversidad de la naturaleza. Tus colectivos sociales, las asociaciones de vecinos, ese sentimiento de pertenencia y de comunidad tan fuerte que llegas a crear entre las personas que viven en ti y que de algún modo pervive en quien, como yo, te deja para buscar su lugar en otro sitio.
POBLENOU
El triunfo de los grafitis que colorean el lienzo de muralla que abraza algunas de tus chimeneas postindustriales recuerda a Berlín. Te han llamado la Manchester catalana, porque naciste con el progreso, como demuestran las antiguas fábricas, hoy transformadas en espacios creativos. A diez minutos en bici del centro, ya no eres un secreto escondido; no como cuando, secada la laguna a la que sustituiste, eras poco más que un puñado de casas y naves para los operarios de una nueva revolución industrial. Conservas tu memoria en el nombre de una de tus calles principales, la calle de la Llacuna (en castellano, "Laguna").
Me recuerdas a la ciudad de donde vengo, porque estás junto al mar y las palmeras junto a la playa proyectan sombras largas al atardecer. En ti todo es transformación y fermento, y es por ello que, por primera vez en mi vida, en ti me sentí como en casa. En ti, los almacenes abandonados se convierten en lugares de fiesta, y no pierdes la voluntad de conservar tu memoria, de cristalizarla en un instante eterno. Eres la leyenda del santo niño que salva a sus compañeros en una fábrica y es recordado por siempre. Eres la fuerza innovadora y la firmeza dulce con la que, en tu cementerio, El Beso de la Muerte, sostiene entre sus brazos a un joven que parte con su último suspiro. Eres todo y su contrario, y esta es la razón por la que te amo.
BORN
Pareces una postal. Tu Arco de Triunfo, diferente de cualquier otro en el mundo, no celebra un éxito militar, sino el progreso de la cultura y de las artes. Desde aquí, una larga calle salpicada de músicos callejeros y zancudos conduce al parque de la Ciutadella, con sus clases de yoga al aire libre, los ociosos como yo, que duermen a la sombra de tus árboles, la fuente monumental y la estatua del mamut a la que los niños intentan trepar, el lago con los árboles fluctuantes y las barcas para los enamorados.
Justo al lado, en el Carrer dels Petons, que en catalán significa "la calle de los besos". Un rincón ciego, como el amor, que se consuma lejos de ojos indiscretos. El Museo Picasso y el Museo del Chocolate, los locales de las luces bajas y difuminadas, los miles de colores y los perfumes fuertes del mercado de Santa Caterina, tu Centro de Cultura, que debía ser un mercado y que ha desvelado, bajo sus cimientos, la memoria arqueológica de la Barcelona que fue, la basílica de Santa Maria del Mar, que inspira a escritores y artistas. En ti encontré el amor y lo perdí.
Meto de nuevo mis cosas en una caja y me preparo para descubrir otra parte de ti.