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Asturias, donde comer bien es inevitable

Fabada, cachopo, quesos, sidra, pescados frescos, dulces típicos, tapeo del bueno y restaurantes Michelin. Asturias presume de una gastronomía de escándalo sin alardes ni postureo.

Asturias es como ese amigo que siempre tiene algo bueno de comer. No importa cuándo llegues a su casa, siempre se sacará de la manga algún caprichito gourmet o improvisará un plato redondo con apenas cuatro ingredientes. Estés donde estés, ya sea en pueblecitos costeros o en algún rincón de postal en plenos Picos de Europa. Porque en Asturias se come bien en todas partes.

Aquí, el huerto, el mar y la tierra se ponen de acuerdo para que la fiesta gastronómica nunca pare. Y sin postureo, que no lo necesitan. Solo sabor, honestidad, un producto que quita el sentido y una población local disfrutona a más no poder.

Alta gastronomía con raíces profundas

Asturias es ese lugar donde puedes zamparte una tapa de chorizo a la sidra en un bar con servilletas por el suelo y, dos calles más allá, estar brindando con un vino caro en un restaurante con más estrellas que el cielo de Somiedo. Aquí el tapeo no es moda, es cultura de toda la vida, la excusa oficial para celebrar lo que sea: un cumpleaños, un martes, que hay fabada en el menú o que estamos vivos aquí y ahora.

Tú te plantas en cualquier barra, pides un par de cosillas 'pa picar' y cuando te das cuenta llevas cinco platos, tres culines y estás charlando con el de al lado. Pero ojito, que lo popular no quita lo fino: Asturias también es territorio de alta cocina, de chefs que reinventan la tradición sin ponerse intensos. Vamos, que aquí se tapea con alegría y se cena con clase. A veces todo en el mismo día.

La fabada reina en las mesas

Ay, la fabada. Parece ser que se creó en el siglo XVI, aunque no existen documentos sobre su existencia hasta bien entrado el siglo XIX. ¿Qué decir de esta joya? Que es gloria bendita. Que te llena hasta el alma. Que te reconcilia con la vida. Es el plato popular por excelencia, pero también lo encontramos en restaurantes de alta cocina e incluso en algunos con estrella Michelin. Fabes, chorizo, morcilla, morcillo de jamón, tocino magro, cebolla, un cacillo de aceite, unas hebras de azafrán... y estaremos comiendo historia. ¿Cómo resistirse?

Quesos con personalidad propia

De grandes vacas –y Asturias las tiene estupendas– solo pueden salir grandes quesos. El Cabrales, potente y azul, madura en cuevas de los Picos de Europa y puede llevar leche de vaca, oveja o cabra. Su intenso sabor y su aroma potente cosecha fans alrededor del mundo. El Gamonéu, más discreto pero igual de sabroso, se ahúma en cabañas y también se cura en cuevas: tiene ese toque elegante que entra suave y se queda contigo. Y luego está el Afuega’l Pitu, que literalmente significa “el que ahoga la garganta”, denso, mantecoso y con versión al pimentón. Todos con Denominación de Origen y con muchísimo carácter.

Visita obligada a una sidrería

La sidra aquí no es solo una bebida, es casi una religión. Su escanciado es un arte y consiste en lanzar la sidra desde lo alto para que se oxigene y haga magia en la boca. Cuando vayas a una sidrería ya te puedes preparar para el show, porque este ritual chisporroteante es la excusa perfecta para juntar gente, reír y brindar sin parar.

Mariscos y pescados: del Cantábrico al plato

Si te gustan los sabores de mar frescos y sin adornos, vas a vibrar en Asturias. La merluza, el rape, las navajas y un sinfín de mariscos llegan a la mesa con toda la fuerza del Cantábrico. Sin trucos ni maquillajes. Pueblos como Cudillero, Lastres, Llanes o Ribadesella son un festival de cocina marinera sencilla y de producto. Porque los grandes pescados saben a mar abierto y a salitre y son como las grandes personalidades: no necesitan aderezos para brillar.

Cachopo para todos

El cachopo no es un plato, es una declaración de intenciones. Dos filetones de ternera del tamaño de una tabla de planchar, rellenos de jamón y queso, empanados con alegría y fritos a lo grande. ¿Sutileza? Ninguna. ¿Satisfacción? Toda. Es el rey de la cocina asturiana más desacomplejada, el plato que se pide sin pensar y se ataca en modo épico: cuchillo en mano y con el estómago preparado para la afrenta, porque aquí solo ganan los mejores. Hay versiones para todos los gustos: con setas, con cabrales, con mil rellenos distintos, pero la esencia es siempre la misma. Comer a lo grande.

Qué no pare la fiesta

¿No hay fabada? Seguro que hay pote asturiano, que viene con berza, compango y mucho cariñito. Si lo tuyo es el mar, aquí el pixín (rape para los de fuera) se trata como a un príncipe: en salsa, frito o a la sidra, siempre con sabor a Cantábrico. Los callos a la asturiana son otra historia: potentes, especiados y con mucha personalidad.

Pero esto no es todo. Si echas un ojo a la carta y hay tortos, no preguntes, pídelos. Es la versión asturiana de los tacos, crujiente, adictiva y cubierta de picadillo y huevos, aunque puedes encontrarlos con otros ingredientes. Para los amantes del mar, los oricios (los erizos de mar típicos de Gijón) son el chute marino que necesitabas. Y entre tanto plato épico, el bollo preñao es la opción portátil del sabor local: un panecillo con chorizo dentro, directo y sabrosísimo.

¿Postres? Sí, gracias

Cuando piensas que no puedes más, un simpático camarero te pregunta qué tomarás de postre. Y tú elegirás un arroz con leche celestial, cremoso y con su costrita de azúcar quemado. O los frixuelos, las crêpes asturianas con su punto de anís. Las casadielles, fritas y rellenas de nuez y azúcar, son puro vicio. Y el clásico entre los clásicos: queso con dulce de manzana. Difícil elección.

Además, es que el ambiente acompaña. Calles llenas de gente brindando, tapeando y celebrando la vida sin prisas, pequeños restaurantes escondidos en pueblos donde se come como en casa de la abuela y una población consagrada al buen comer. Todo en un escenario que parece sacado de un cuento: acantilados salvajes, montañas infinitas y un mar que parece un invento de la imaginación.

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