Diez lugares donde comer y beber en Moscú
Es curioso lo que ocurre en Moscú con las cosas del comer. Suele ser mucho mejor la comida, salvo excepciones, en lugares económicos y sin excesivos alardes que en locales de pretendido postín. ¿Los motivos? Podríamos extendernos en una divagación histórico-político-estético-cultural-existencial que nos llevaría de los zares a Lenin, pasando por la Guerra Fría, para acabar sumidos en una reflexión sobre el particular criterio estético post-Perestroika de una buena parte de la Rusia pudiente, aquellos nuevos ricos de Yeltsin ya felizmente instalados en el capitalismo: esa aversión al minimalismo, ese legendariohorror vacuiruso que se refleja en buena parte de la moda, la arquitectura y, claro, la gastronomía.
Apliquemos, pues, el menos es más, esa frase con tan pocos amigos en Rusia, y ganaremos la batalla gastronómica en una ciudad tan fascinante como hostil, sobrecogedoramente bella, tan diferente a la imaginada. Una ciudad a la que hay que ir con todos los sentidos bien despiertos, con esa necesidad de entenderlo todo que es el motor de cualquier viaje, y con la disposición para aguantar algún que otro berrido en ruso por parte de personas de todas las edades y condiciones que dedican toda la energía de la que son capaces de hacer acopio a dejarte claro desde el primer momento que te detestan, a ti y a todo lo que representas.
Y una vez has pasado frío, has sido objeto de los más variopintos alaridos en ruso, te has paseado por esas inmensas avenidas diseñadas para tanques y no para personas, una vez has comprobado atónito que en muchas cosas Moscú se parece más a Londres que a Moscú, entonces te das cuenta de que te vas a ir de allí habiendo entendido, al fin, un poco mejor el siglo XX. Y constatas que nadie a quien no hayan chillado muy fuerte en ruso al menos una vez en su vida está en condiciones de emitir ninguna opinión sobre lo que ha representado el pasado siglo, ni sobre la herencia que nos ha dejado ni, en definitiva, sobre quiénes somos.
Y mientras dedicábamos largas e interminables horas de caminata a la reflexión existencial, también comíamos. A veces asombrosamente mal, en locales generalmente pseudo modernos, y otras, las que nos ocupan, muy bien, en restaurantes mucho más modestos. Con todos ustedes, nuestros diez restaurantes preferidos de Moscú:
1. Caffe del Parco (Via di Camaldoli, 7)
Atención 'hipsters'. Este va a ser vuestro restaurante favorito de Moscú, que se halla en el que va a convertirse sin duda en vuestro barrio de referencia, el Octubre Rojo, junto al río, una suerte de Williamsburg-Malasaña-Shoreditch versión rusa aún por acabar de hilvanar, pero claro, ahí está la gracia. No hay todavía muchos locales, pero sí alguna tienda interesante, una librería y un buen número de restaurantes de mobiliario reciclado, copeo, DJs y ambiente nocturno. Caffe del Parco, recién abierto por un siciliano afincado hace años en Moscú, es un bonito y minimalista restaurante-cafetería donde se recuperan las recetas de la nonna y en el que hemos tenido la suerte de comer uno de los mejores risottos de nuestra vida. Una más de las mil paradojas que nos brinda constantemente Moscú.
2. Cafe Mart
Y seguimos con el moderneo. La cafetería de una de las dos sucursales del Museo de Arte Moderno de Moscú está situada en un hermoso jardín repleto de estatuas del artista georgiano Tsereteli, abarrotado de familias entregadas al noble arte del brunch y muchos niños correteando por el comedor o participando en alguno de los talleres que se organizan en su interior. Deliciosos cafés, bollería, bocadillos o algún plato de una carta sencilla y sin pretensiones que combina la cocina francesa con las especialidades georgianas, en un local que bien podría situarse en Berlín o Ámsterdam.
3. Harat's Pub
En este pub irlandés, pequeño y acogedor, situado en la calle Arbat, una gran avenida peatonal que funciona como centro neurálgico de compras y ocio de la ciudad, es una de las pocas opciones de copeo. Y es un lugar curioso, regentado por un simpático moscovita ex residente en Andalucía que ama la cultura latina hasta el punto de que le da exactamente igual ser el propietario de un pub irlandés, y le es aún mucho más indiferente que este pub esté situado en una calle mainstream de la ciudad, de la que uno espera un poco de 'rusiedad' y no experimentos cosmopolitas. Porque a él y a su rockera clientela parece gustarles la música en español, y cuando pasas ante su puerta te dejas seducir por un contundente “Lega-lega-li-za-ción” que emana a todo volumen de sus bafles. Sí, aquí son fans de España, de Ska-P, de las birras de importación y de Irlanda en toda su magnitud, y este extraño pero entrañable mix da lugar a uno de los bares más divertidos de Moscú.
4. Varenichnaya N.1 (Arbat, 29)
He aquí nuestro restaurante preferido de la ciudad, un local sin pretensiones, muy agradable, céntrico (ubicado también en la calle Arbat) y económico, que ofrece cocina tradicional rusa en forma de platos tradicionales como las vareniki (una pasta en forma de empanadilla servida con diversos rellenos y acompañada de una salsa deliciosa), las pelmeni (un plato similar de origen ucraniano) y las chebureki (empanadas típicas rellenas de carne). Cuenta, además, con una oferta de pancakes, muy típicos en el país, cócteles con y sin alcohol, cafés y bollería casera. Todo ello en un local amplio y concurrido, muy acogedor, en el que conviven detalles que muestran un extraordinario buen gusto con otros que te convencen de todo lo contrario, cosa que no te importa lo más mínimo cuando hincas el diente a una de sus especialidades rusas a buen precio de la mano de un servicio encantador que, sorprendentemente, es capaz de comunicarse en inglés.
5. Varvary
No se puede hablar de gastronomía en Moscú sin mencionar a Anatoly Komm, el primer chef del país en lograr una estrella Michelin, poseedor de un restaurante de alta cocina de vanguardia, el Varvary. Si nos lo podemos permitir, vale la pena reservar mesa en el comedor de este excéntrico e inclasificable chef, que parte de la cocina tradicional rusa (sopas, ahumados) y le aplica las más modernas técnicas de vanguardia. Komm se lamenta, y sus razones tendrá, de la terrible autarquía rusa, del poco afán de la población por abrirse a todo aquello que llega de la vecina Europa. No es el caso de su lujoso restaurante moscovita, que ofrece cocina molecular para clientes con los paladares bien educados, lejos de esos “nuevos ricos”, en palabras de Komm, sin apenas educación y gustos algo pomposos. Los platos de este hombre sensible y amante del arte destacan, entre otras cosas, por su espectacular estética.
6. Monsieur Croissant (Baumanskaya, 42)
Hay que alejarse del centro hasta la zona de Baumanskaya, cosa que recomendamos encarecidamente si deseamos acercarnos al Moscú real, mucho más cálido y habitable, lejos de las inclemencias de un centro tan hostil como espectacular. Y si decidimos enfrentarnos al bellísimo aunque complicado metro moscovita este pequeño restaurante es una gran opción, ya sea para desayunar uno de sus pasteles o bollos o comer al mediodía algún plato sencillo y bien elaborado, como una pasta con verduras o una sopa del día. Al lado, un Mercure Hotels, en el que nos alojamos, a un precio de risa comparado con las tarifas del centro y a tan sólo dos paradas de metro de la Plaza Roja.
7. Tamerlan
En Moscú predomina mucho el macro local de pseudo lujo en el que una clientela vestida como tú cuando vas de boda bebe vodkas como si fuesen agua. Este restaurante asiático es una buena opción si el cuerpo nos pide glamour, pues la comida, especializada en Eurasia, es notable, el precio moderado, y el interiorismo llamativo y bonito.
8. Chemodan (Gogolevskiy Blvd., 25/1)
Sería imperdonable abandonar Moscú sin haber cenado al menos una vez en Chemodan, un local delicioso, absolutamente inclasificable, nada propio de la imagen que tenemos del Moscú contemporáneo. Chemodan se sitúa en las inmediaciones de la calle Arbat, y su atmósfera (con sus grandes lámparas, la pared empapelada, alfombras y cuadros en las paredes) nos recuerda más a la de un bar de intelectuales del París de los años 20 que a lo que esperas de la Rusia de Putin. Cuando abres la puerta y un encantador viejecito te recibe con el 'Bésame mucho' de fondo sabes que estás en el lugar adecuado, y te entregas a una cocina de raíces rusas, que trata de explorar en una sola carta elaborada con mimo y sensibilidad todas las cocinas del país.
9. Café Pushkin
Sólo si tenemos alrededor de 300 € en el bolsillo podremos visitar el Café Pushkin, un local legendario que merece la pena mencionar por hallarse en todos los rankings posibles de restaurantes no sólo mejores sino más hermosos del mundo. Preparemos, pues, nuestras mejores galas y sintámonos cual Cenicienta en este majestuoso espacio revestido en maderas nobles, donde hasta el último rincón rebosa lujo bien entendido, y preparémonos para degustar una cocina rusa con pinceladas francesas (o tal vez sería más correcto decirlo a la inversa), que es probable que, pese al encanto del conjunto, no satisfaga a aquellos comensales que busquen alta gastronomía en estado puro.
10. Beverly Hills Diner
Y por último una gran broma, que no hemos querido pasar por alto por ser de lo más impactante que hemos visto en Moscú. El más americano de los locales, en el que parece a punto de entrar Olivia Newton-John, se encuentra allí, en el centro de Moscú, con esas luces de neón que pretenden mostrar al mundo con orgullo que sí, que la Guerra Fría la ganaron ellas. Tragas saliva y constatas, con cierta amargura que no sabes exactamente a qué se debe, la victoria: te das cuenta de que sí, de que tras tanto salmón y salsas rusas te apetece sentir el placer de lo conocido e hincarle el diente, al fin, a una hamburguesa.
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Texto y fotos de Laura Conde (Gastronomistas)
+ infoDe Pijp
Nadie sabe con certeza a qué responde el nombre del barrio. La traducción literal es “la tubería”, cuentan que por la forma de sus calles. Y como toda tubería tiene su desagüe, De Pijp lo encuentra en el oasis de Sharphatipark, un jardín de estilo inglés en el que evadirse del ajetreo diario. En él se dan cita madres solteras a la salida del colegio, estetas con perro, quinceañeros aspirantes a rapero y la pareja de policías de barrio, cómo no, en bicicleta.
El proceso, aunque nos es familiar, no deja de sorprendernos. Había sido un barrio obrero, si acaso con algunos estudiantes y artistas en ciernes en busca de alquileres bajos. En las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, acogió a un gran número de inmigrantes. Actualmente el barrio se ha aburguesado. En todos estos cambios la metamorfosis es muy sencilla, las magdalenas pasan a llamarse cupcakes, los modernos circulan en bicis de piñón fijo, engorda la montura de las gafas y los perros adquieren extrañas formas: se arrugan, estilizan su figura y hasta tienen sesión en la peluquería, perdón, en el estilista; y en el psicólogo. Por arte de birlibirloque, los alquileres suben un 300 por ciento y el barrio adquiere el derecho a colgarse la etiqueta de bohemio.
Ya tenemos la isla en mitad la ciudad, compitiendo por llevarse de copas al artisteo de caché con el mismísimo barrio de Joordan. Y lo de la isla no es metafórico, De Pijp está conectado con el resto de la ciudad por 16 puentes que pasan por encima de los archiconocidos canales que representan la imagen más exportada de la capital holandesa. Lo de los artistas de renombre tampoco es de ahora. Piet Mondrian fundó la revista De Stijl, que sirvió de altavoz al grupo de artistas homónimo, en un pequeño estudio sobre el canal Ruysdaelkade.
Pero al final, lo que dota de personalidad al barrio es el mercado Albert Cuypmarkt y una verdadera ONU de la gastronomía repartida por todo el barrio, en discretos locales con más o menos encanto. El mercado tiene ese punto tan inglés, tipo el de Notting Hill. A poco que pasees por allí te harás amigo del tendero, el florista te reservará los mejores tulipanes, no los que vende a peso a los turistas, turistas que por cierto se pasan más bien poco por aquí. El panadero tendrá listo el pan en el punto de cocción que te gusta y el quesero te ofrecerá buenas cuñas para tomar con un vino en buena compañía. La sencillez de los pequeños detalles. En el Albert Cuypmarkt es posible comprar de todo, hablamos del mercado callejero diario más grande de Europa, la cocina de Ámsterdam. Te darás cuenta que te has integrado del todo cuando bajes a disfrutar del “Haring” (arenques crudos) con los vecinos.
En cuanto a los restaurantes, piensa en cualquier plato del mundo. Dicen que viven hasta 150 nacionalidades en el barrio, muchas de ellas con chiringuito propio. Olores a mil especias, pad thai, durum o saté. Escoge. Aunque hay que reconocer que lo de Ámsterdam con la buena comida es una batalla casi perdida, será casi imposible que salgas de De Pijp sin haber encontrado tu sitio. Casi lo de menos, anecdótico, es que el barrio empiece en el muy turístico museo de Heineken Experience, el límite para ambos lados del barrio, la barrera entre el turismo masivo que se pasea por Leidseplein y los bohemios con atuendo hipster que se pasean por el barrio.
Por Rafa Perez de El Fotógrafo Viajero
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+ infoLos exóticos dulces de Argel
La cocina argelina ha estado influenciada por multitud de culturas. Durante cientos de años, los bereberes, árabes, turcos, romanos, franceses y españoles, han contribuido a crear su ecléctica gastronomía que surge de toda una mezcla de sabores y aromas.
Sus exóticos dulces te envuelven con todo su sabor para llevarte a tierras exóticas de Mil y una noches, con su gran variedad y sus preciosas presentaciones. Dulces de vivos colores, minuciosos modelados y adornos, que se suelen elaborar con almendras, pistachos, nueces y avellanas, se aromatizan con agua de azahar y se acaban con edulzar con miel o pulpa de la fruta.
Entre los pasteles más populares se encuentran los makroud, samsa, hrisa, sfenj o las galletas halwa, que sirven habitualmente para acompañar una taza de té verde a la menta fresca, una de las bebidas más consumidas del país.
Argelia es, junto a su vecina Túnez, uno de los mayores productores de dátiles de la variedad deglet nour -de tacto suave, claro translúcido y un sabor parecido a la miel suave que se cultiva principalmente en las provincias de Argelia Biskra, en los oasis de Tolga y M'Chouneche- y que sirven como base para numerosos dulces. Entre los dos países producen el 90 por ciento de las exportaciones de esta variedad. Los argelinos son también los mayores consumidores de miel del mundo, cosa que no es de extrañar, ya que casi todos sus dulces se endulzan con este oro líquido.
Qualb bel louz es una especialidad del norte de Argelia y su nombre significa "corazón de almendra", muy consumida durante las noches del Ramadán, acompañando el te a la menta o el café. Se elaborada con sémola, almendras, fragancia de naranjo y se bañan en sirope de miel.
El makroud es otro de los platos típicos de la tradición gastronómica argelina. Este dulce se elabora también con una base de sémola de trigo y se rellena de pasta de dátiles, recortado en forma de rombos o triángulos, para acabar friéndolos y bañándolos en almibar. Los encontrarás del mil colores y variedades diferentes.
Entre las delicias de oriente destaca también el Samsa, el dulce argelino de antigua tradición, elaborado a base de hojas de masa de brick triangulares y rellenas con almendras y rociadas con semillas de sésamo. O endúlzate con la ghribia, un bizcocho redondo que se prepara con harina, azúcar y que se acaba aromatizando con canela o piel de naranja y limón.
El m'halbi es uno de los postres más habituales. Es fresco y cremoso, con una decoración muy característica de dibujos marrones de canela en polvo. O el zlabia, cuya versión más popular es la de Boufarik, que nació por el descuido de un joven aprendiz de cocina que no recordaba bien la receta.
O los baklawa, de origen turco que se consume en todo el Oriente Medio. Son pastelitos de pasta de nueces y pasta filo, que se bañan en almíbar o miel para incorporar finalmente cualquier tipo de fruto seco. Pueden resultar un poco empalagosos pero, sin duda, son de un sabor exótico y delicioso.
Con todas estas recetas tendrás seguro un camino de dulces sabores en tu viaje a Argelia.
Imagen de ghribia por Waran18 | imagen de griouche por Arnaud25 | imagen de makrout por Latyyy
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+ infoMulhouse la gran desconocida de Alsacia
Dos ciudades alsacianas acaparan la mayoría de visitas: Estrasburgo, sin duda una de las urbes más bonitas de Francia, y Colmar, la capital vinícola de esta zona. Pero si hay una gran olvidada en la nueva región del Gran Este, ésta es Mulhouse una antigua república independiente situada en un vértice en el que confluyen tres países europeos: Francia, Alemania y Suiza. Es quizás por esta ubicación privilegiada que Mulhouse es en la actualidad una de las poblaciones francesas con mayor proyección cultural y creativa gracias en parte a la importancia que tuvo en el siglo XIX el sector textil que la ha dotado de un interesante patrimonio industrial.
Mulhouse es Ciudad de Arte y de Historia, primera población alsaciana en recibir esta distinción, y uno de sus puntos de referencia es la plaza de la Réunion, su centro histórico, muy fácilmente reconocible por su antiguo Ayuntamiento pintado en tono rosado. En este lugar se alza el templo protestante de Saint-Étienne, a cuyo campanario se puede subir previa petición y descubrir unas vistas impresionantes de la ciudad.
Mulhouse fue uno de los primeros núcleos industriales de Francia donde sobresalió la industria textil. Muestra de este pasado son el Museo de la Impresión de Telas, que acoge cada año una exposición temática vinculada siempre a un diseñador conocido, o el Parque de Wesserling – Ecomuseo Textil en el que se hacen visitas teatralizadas y muestras de modistos. Mención aparte merecen los ejemplos de arquitectura industrial (antiguas fábricas de ladrillo rehabilitadas), de street art y de arte contemporáneo que hay por el centro de la ciudad.
Otro de los lugares a visitar es la Cité de l’Automobile (Collection Schlumpf), ubicada a unos cinco minutos del centro. Este espacio, considerado uno de los principales museos del automóvil del mundo, reúne más de 400 vehículos y en él destaca una más que importante colección dedicada a Bugatti. La Ciudad del Automóvil, que está dividida en cinco espacios diferenciados, es un verdadero museo interactivo en el que se proyectan interesantes audiovisuales sobre la industria del motor, además de tener varios simuladores con los que experimentar las sensaciones que tiene un piloto de carreras.
A las afueras de Mulhouse, en la localidad de Ungersheim, se encuentra el Ecomuseo de Alsacia, el más importante de Francia de este tipo. Es ideal para ir en familia porque los niños pequeños se lo pasarán fenomenal. Aquí tanto se puede saber más de las tradiciones regionales de Alsacia como conocer, por ejemplo, cómo eran las antiguas escuelas de esta región o cuáles eran los oficios más importantes que se desarrollaron, entre los que destacaban los herreros, los carpinteros de carros o los alfareros. También es curioso ver cómo se destilaban por aquel entonces los aguardientes locales o cómo se cocinaba. Además se pueden degustar recetas tradicionales y auténticas como la gelatina de apio, las patatas con ortigas, o el sorbete de albahaca.
Por último, para probar la gastronomía alsaciana os recomendamos que os dirijáis a un winstub, que es el equivalente al pub en Alsacia (el Restaurante Le Cellier es una opción perfecta), donde se pueden degustar especialidades locales como el fleischschnakas, una exquisita carne guisada envuelta en una pasta de harina, el flammkuchen o tarte flambée, una fina masa de pan sencilla sobre la que se colocan otros alimentos como cebolla cruda, panceta y nata líquida, o el chucrut, acompañadas por deliciosos vinos alsacianos. Y para salir por la noche la mejor opción es dirigirse a Le Gambrinus donde se respira muy buen ambiente y donde elaboran una excelente cerveza artesanal (Bière du Bollwerk).
Mulhouse es una ciudad perfecta para recorrer en un fin de semana. El aeropuerto internacional Basilea-Mulhouse-Friburgo, que comparten Francia, Alemania y Suiza, está a tan solo 30 minutos del centro. Más información sobre los vuelos aquí.
Texto de Tusdestinos.net
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