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Qué y dónde comer en Dubrovnik. Fuera de las murallas

A continuación os hacemos un repaso de los mejores restaurantes de fuera de las murallas de Dubrovnik. Bon Appétit!

Rajski Vrt

Una terraza en una isla maravillosa deLorkum con vistas a un jardín romántico y al fondo, el mar, pegadita a la pared de un monasterio semi abandonado. Sirven allí cocina sin complicaciones, más para reponer fuerzas tras un baño o un paseo por el jardín botánico vecino que para dar placer gastronómico. Hay ensaladas, pizzas, hamburguesas, pasta, risottos, carnes y pescados. Las pizzas son grandes, de masa fina y producto de calidad (unos 10 euros) y las raciones de los platos, abundantes, como la carne a la parrilla cevapcici (minced meat) con forma de salchicha (sin serlo) y acompañada de unas excelentísimas patatas fritas, y una salsa de pimientos y cebolla. Atención a la limonada: hecha con limón-limón, tan ácida que hace sudar la lengua al instante. Abre del 1 de mayo a mediados de octubre. Precio medio: 20-25 euros.

Pantarul

Está en el barrio de Lapad, a algo más de media hora caminando desde el casco viejo de Dubrovnik. Es un restaurante muy casual, de ambiente desenfadado, donde suena música tranquila de fondo. Una de sus propietarias es la blogueraAna-Marija Bujic, que tanto en internet como en el local conquista al público nacional e internacional (Tripadvisor le coloca entre los primeros puestos) con recetas croatas de toda la vida con toques modernos y producto fresco de temporada y de calidad. En solo un año, se ha convertido en uno de los restaurantes de moda de la ciudad. Además de la carta, que cambia cada cuatro meses, ofrece sugerencias de la casa como servir en platos para compartir, en un concepto que intenta implantar en la ciudad. 

A destacar el maravilloso, delicado y sutil, tartar de atún; el fresquísimo rape en tempura con un alioli verde, porque lo elaboran con guisantes, y el tradicional y potente cordero con ajos y soparnik (pastel de acelgas con cebolla y ajo) e hierbas aromáticas. El precio medio, con bebidas, ronda los 30 euros. Es de los pocos restaurantes de Dubrovnik que abre todo el año, pues solo cierra tres semanas en enero. Su horario es de 12 a 16 horas y, de 18 a 22.30 horas de martes a domingos. Cierra los lunes.

Konavoski Dvori

Bucólico es el entorno de este restaurante ubicado en Konavle, a unos 15 minutos en coche al sur del aeropuerto (Dubrovnik está a 20 kilómetros al norte del aeródromo). Unos viñedos en un valle en paralelo al mar como antesala de un paisaje pintado con un río con pequeñas cascadas, unos canales, un bosque, unos molinos de agua (hay uno del siglo XVI que aún muele el maíz y que se puede visitar porque está al lado del restaurante), unos caminitos entre árboles... Tanto este parque como el restaurante, cuya terraza da al río, se llaman igual: Konavoski Dvori.

¿Qué sirven allí? Comida tradicional croata. La carta está también en castellano así que no resultará difícil elegir unos platos gastronómicamente cercanos al recetario español. Pero hay que elegir el cordero y la ternera asada en el interior de una campana de hierro, acompañada de patatas; se hacen a casi 200 grados con unas brasas; un plato típico de Dalmacia, la región de Dubrovnik. También es muy recomendable el guiso de ancas de rana y anguila del río Neretva y el strokli, una especie de lasaña de queso y nata horneada propia de Eslavonia. Los camareros visten con trajes típicos.

Hotel Lero

Una opción interesante y asequible para alojarse en Dubrovnik. El Hotel Lero está a unos 20 minutos caminando de la ciudad amurallada, es moderno, sin lujos pero muy confortable, y cuenta con todas las comodidades, como piscina, zona de wellness, wifi... Muchas de las habitaciones dan al mar. Buen desayuno continental para coger fuerzas.

Ahora sí que tienes una visión completa de la gastronomía de Dubrovnik. Recuerda que hablamos de los mejores restaurantes de dentro de las murallas en la primera parte de este reportaje. ¡Ven a disfrutarlo! Consulta nuestros vuelos aquí.

Texto e imágenes de Gastronomistas

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Descubriendo Tesalónica

Rezuma esa belleza de las ciudades que tienen algo de caótico (e incluso decadente). En Occidente pero mirando a Oriente. Alardeando de un pasado marcado por la influencia romana, bizantina y otomana pero cogiendo impulso moderno y contemporáneo.Tesalónica no goza de la popularidad de la capital, Atenas, ni de la tirada de las indudablemente preciosas islas griegas, pero sus calles esconden suficientes encantos como para coger el avión y plantarse a los pies de la Torre Blanca. Os descubrimos sus muchos, muchísimos, atractivos.

Es típico en todo el país pero para los habitantes de Tesalónica el café frappé es una religión. Les verás a todas horas y en todas partes, consumiendo poco a poco, a sorbos, esos enormes vasos bien cargados de esa especie de evolución del capuchino helado culminado por una generosa capa de espuma. Cafeterías, bares, restaurantes, heladerías… lo sirven en todo tipo de locales, pero el mejor de los mejores es el que preparan en Paradosiako, exquisita cafetería y heladería que encontraréis en la plaza Aristóteles, epicentro y corazón de la ciudad.    

Tesalónica es una ciudad de iglesias. Iglesias maravillosas como la de San Panteleimon, la de Panagia Acheiropoietos o la de Agios Athanasios. Pero, indudablemente, el templo más icónico de la ciudad es la monumental Rotonda de Galerio. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1988 junto al Arco de Galerio (a poco más de 100 metros de distancia de Rotonda, otro de los monumentos a ver) es la iglesia más antigua de la ciudad, o como algunas voces apuntan, la más antigua del mundo.

En Grecia el deporte es cosa seria, y en Tesalónica no lo viven con menos intensidad. Volcán de pasiones, siempre es una experiencia acudir al acoquinado estadio de La Tumba y ver un partido de fútbol del PAOK. Si lo vuestro es el baloncesto, trasladaos hasta la Alexandreio Melathron, la bulliciosa cancha del histórico Aris de Salónica.   

Colindante a la avenida de Aristóteles encontraréis el Ladadika, el antiguo mercado del aceite. A medio camino entre los mercados occidentales y los zocos árabes, en este enjambre de callejuelas, encontraréis todo tipo puestos y tiendas, de comida a ropa, de especias a utensilios. En su zona sur, casi tocando al mar, encontraréis algunos de los mejores y más contemporáneos restaurantes de la ciudad.

Paradigma de dieta mediterránea, la comida en Grecia es un orgasmo para las papilas gustativas. Disfrutando de una de las cocinas más reputadas del país, sería pecado acudir a Tesalónica y no zamparse exquisiteces típicas de la zona como xoriatiki salata, melitzanosalata, pastitsio, mousakás, youvetsi, bougiourtí, mydia saganaki… Por toda la ciudad hay restaurantes y tabernas recomendables, pero el Galerios (Apellou, 3) es uno de esos pequeños restaurantes familiares (su versión de nuestros “Casa Pepe”) en el que se come mucho y bien por muy poco.

El año 1917 Tesalónica sufrió un devastador incendio del que solo se salvó el Ano Poli, el barrio alta de la ciudad. Circunvalado por parte de las antiguas murallas bizantina y otomana, este rompecabezas de sinuosas calles empinadísimas y casas de planta baja y patios coloridos, goza de unas vistas privilegiadas sobre la parte baja de la ciudad. Podéis subir andando, pero gastaréis toda la suela de vuestros zapatos. Mejor ir con el 50, el autobús circular que recorre las zonas de interés cultural de Tesalónica. 

Tesalónica es la capital cultura del Grecia, más cuando nos referimos al mundo del cine. El majestuoso cine Olympion, en la bella plaza Aristóteles, acoge el festival de cine de la ciudad, el más importante del país. A menos de cinco minutos, el viejo puerto, que, en parte, ha sido remodelado y destinado a actividades culturales. Una de sus viejas atarazanas ahora acoge el Museo del Cine de Tesalónica. El resto de antiguos astilleros remodelados albergan festivales como las ediciones locales de los barceloneses In-Edit (festival de cine documental del música) y OffsideFest (festival de cine documental de fútbol).

Símbolo de la ciudad, la Torre Blanca es ese monumento que posee toda ciudad que todo visitante, aunque no quiera, tiene que visitar. Utilizada tanto de fuerte como de prisión, la construcción que vemos actualmente fue erigida en época de dominio turco por Solimán el Magnífico, seguramente sobre las bases de otra más antigua medieval. La Torre Blanca puede servir como punto de partida de una caminata por los varios kilómetros del Nikis, el paseo marítimo que traza el perfil costero de la ciudad.

A unas tres horas de distancia de Tesalónica encontramos el Monte Athos. Montaña sagrada para los fieles de creencia ortodoxa erigida sobre una península rocosa al borde del mar Egeo, en ella se esconden una veintena de monasterios (entre los que figuras algunos de los más antiguos y remotos del planeta) refugio espiritual de alrededor de 1.500 monjes. Zona con autonomía propia, visitar el Monte Santo no es fácil. Las mujeres tiene prohibido el acceso, y entre los hombres las excursiones están limitadas a 200 griegos y 10 extranjeros por día.

Texto de Oriol Rodríguez para Los Viajes de ISABELYLUIS

Fotos de L'imaGiraphe, Tilemahos Efthimiadis, Stella Vardaki, Dmitry Artyukhov

 

 

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Le Hangar à Bananes

Este antiguo almacén situado en un extremo de la isla de Nantes constituye un punto clave del ocio nocturno de la ciudad. El nombre de Hangar à Bananes no es casual. Desde 1929 se descargaban aquí las bananas que llegaban de las Antillas y Costa de Marfil, y se almacenaban para dejar madurar. Pero con la independencia de estas colonias, el tráfico empezó a menguar y con el tiempo, el hangar fue abandonado hasta que se volvió a recuperar el espacio con motivo de la bienal de arte contemporáneo de Estuaire 2007.

Tomando el navibús que atraviesa el brazo del Loira llegas hasta esta zona en la que encontrarás una amplia selección de elegantes bares, restaurantes, salas de exposiciones y discotecas, como el AlterCafe o el Icone. Perfecto para acudir cualquier día de la semana a comer o beber en sus soleadas terrazas y disfrutar de una agradable copa junto al río Loira. Además, el entorno del hangar conserva algunos interesantes trazos de su pasado industrial y otras obras nuevas como los18 anillos del artista Daniel Buren, que se iluminan de diferentes colores al caer la noche.

21, quai des Antilles, Nantes 44200

Nosotros nos apuntamos, si quieres venirte consulta nuestros vuelos aquí.

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El mejor teatro con las calles del viejo Bucarest como escenario

En las calles del centro histórico de Bucarest se celebra cada año, entre finales de mayo y principios de junio, el B-FIT in the street o D'ale Bucurestilor, un gran festival gratuito con multitud de espectáculos entre representaciones de teatro, cine al aire libre, bandas de música o desfiles que son seguidos por miles de personas. Ningún otro lugar es tan evocador para disfrutar de la música folclórica y de las tradiciones medievales que se organizan durante elB-Fit festival como las estrechas callejuelas de la zona. Así que, aprovechando que nos encontramos en el bonito centro histórico de la capital rumana, vamos a hacer un recorrido por la zona para conocer sus encantos.

Una ciudad con aires parisinos

Bucarest era conocida como el “Pequeño París del Este” por su influencia francesa, que todavía se plasma en sus grandes avenidas, y por tener, al igual que la capital francesa, un impresionante arco del Triunfo que es la entrada a la Avenida Kisseleff. Esta gran vía fue un deseo megalómano de Ceauşescu, que quiso superar a los Campos Elíseos parisinos, construyéndola unos metros más larga que su modelo. Bajo su régimen, gran parte del centro fue demolido y sustituido por feos edificios comunistas.

La Piața Unirii (Plaza de la Unificación), es una de las más grandes de la ciudad, y también recuerda, por sus dimensiones, a las grandes plazas de la capital francesa. Se encuentra dividida por el Bulevar Unirii, que marca el límite entre la parte vieja y la nueva de Bucarest, por lo que se pueden apreciar los contrastes entre una zona y otra.

Lipscani,  un barrio lleno de vida e historia

Al norte de la plaza Unirii, atravesando el canal del río Dâmboviţa, se encuentra Lipscani, el centrul vechi -el centro histórico- de Bucarest. Es una de las zonas más interesantes ya que, afortunadamente, quedó al margen de las ordenaciones urbanísticas de Ceauşescu. Es un lugar muy animado, lleno de bares, restaurantes y modernos pubs en los que late con fuerza una vigorosa actividad.

Con su fachada en la misma plaza Unirii destaca Hanul Manuc, una centenaria posadade arquitectura totalmente innovadora para su época. El hermoso patio interior que tenía como función albergar a la multitud de carros que atravesaban Europa a mediados del silgo XIX, ahora acoge las terrazas de coquetas cafeterías.

También recomendable es la visita al recinto arqueológico de Curtea Veche. En él se encuentra la residencia que, durante el siglo XV, mandó construir Vlad Dracul o Vlad Tepes el Empalador, el noble transilvano cuya leyenda fue inmortalizada por la novela “Drácula” de Bram Stoker. La visita a Curtea Veche pasa por adentrarse en algunas de sus salas subterráneas, curiosear su museo y sacar fotos vampíricas del busto de Vlad.

De las joyas arquitectónicas religiosas que encontramos en Lipscani destaca la preciosa iglesia ortodoxa de Stavropoleos, que se construyó por la demanda de los numerosos comerciantes griegos de Bucarest que reclamaban un lugar de culto.

Comer en restaurantes históricos y en modernas terrazas

Esta iglesia ortodoxa suelen encontrarla por azar los turistas de camino al restaurante Caru' cu bere (carro de cerveza), una auténtica institución en la ciudad. De entrada, está ubicado en un edificio clasificado como monumento histórico, de estilo neogótico, y en su interior encontramos numerosos elementos art nouveau. Aunque tenga terraza, es más interesante comer dentro para poder admirar los murales, mosaicos y vidrieras pintadas, y empaparte de parte de la historia que se ha vivido entre sus paredes. Desde su inauguración en 1899 ha sido centro de reunión de artistas y escritores rumanos.

Es necesaria una parada en Cafeneaua Veche (antiguo café) de la calle Covaci, el más antiguo de Bucarest, que data del año 1812 y es un lugar protegido por la UNESCO. Podemos aprovechar más tarde para pasar un buen rato escuchando música en alguno de los numerosos y animados pubs que se encuentran en la misma calle Covaci, como el 1974 o el Underworld.

Otro de los restaurantes tradicionales del centro histórico es Crama Domnaesca, en la strada Selari. Es un lugar para darte un auténtico banquete, probando los principales platos de la gastronomía rumana, rodeados por una decoración medieval. Los precios no suelen ser un problema; por lo general son irrisorios en comparación con los de restaurantes de otros países europeos.

Si queremos un local más moderno, una buena opción es La Copac, en Pitar Mos 23, cerca de la plazaUniversitate. Aquí se puede disfrutar de una buena comida en la terraza, en un ambiente joven y bohemio.

¿A qué esperas para descubrir Bucarest? Consulta nuestros viajes aquí.

Texto de Scanner FM

Imágenes de Jordi Joan Fabrega, Richard Mortel, fusion-of-horizons

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