Marrakech en colores
Si París es la ciudad de la luz, y Lisboa la ciudad blanca, Marrakech es conocida como la ciudad roja por el color de sus muros y de muchas de sus construcciones. Pero basta pasearla un poco para darse cuenta de que el rojo se queda corto. Por eso, os proponemos una visita en colores a una de las ciudades más fascinantes de Marruecos.
BLANCO: Nada más aterrizar, sacaréis la cámara, seguro. Y es que el aeropuerto Marrakech Menara es la primera sorpresa del viaje. Es uno de los más importantes del país, y entre 2006 y 2008 se hizo una ampliación que incorporó una impresionante estructura blanca que combina elementos modernos y tradicionales, y juega con las luces y las sombras, provocando un efecto diferente según la hora del día.
VERDE: Los marroquíes son gente muy acogedora, así que cuando lleguéis a vuestro alojamiento, seguro que enseguida os ofrecerán un té a la menta. Será el primero, pero no el último. Podría decirse que es, casi casi, la bebida “oficial” de la ciudad, y veréis menta por todas partes. Además de la que os pongan en el té, vale la pena meterse en el zoco y buscar una pequeña parte, menos turística, donde, además de pijamas y aceitunas, encontraréis algunos puestos de venta de menta. Mientras estuvimos allí, muchas mujeres se acercaron a comprar y eligieron decididas el ramillete que preferían. Al parecer, hay muchos tipos diferentes, ¡pero ni la fotógrafa ni yo fuimos capacesde diferenciar unos de otros!
NARANJA: Y si el té a la menta es la bebida oficial de la ciudad, en Jamaa el Fnaa lo que se impone es el zumo de naranja. La plaza más famosa de la ciudad, siempre bulliciosa, está llena de carromatos donde os prepararán un delicioso zumo de naranja o de pomelo, a cualquier hora del día. Es imposible no sucumbir a ellos, aunque sólo sea porque llevar uno en la mano es la única forma de que dejen de reclamaros a gritos desde cada puesto de zumos.
AZUL: Un paseo por el Jardín Majorelle es suficiente para entender por qué Yves Saint Laurent y su pareja, Pierre Bergé, se enamoraron del lugar y decidieron comprarlo y restaurarlo. Es, quizá, uno de los lugares más sorprendentes de Marrakech. Lleva el nombre de Jacques Majorelle, un pintor orientalista francés que se instaló allí en 1923, y que en 1931 hizo construir un estudio de un azul tan peculiar que se ha bautizado como “azul Majorelle”. A su alrededor, el jardín es otra obra de arte, viva, pues está lleno de plantas exóticas y especies raras que él traía de vuelta de sus viajes. Además, ahora hay también un pequeño memorial dedicado a Saint Laurent, que salvó el lugar de un proyecto inmobiliario que lo habría hecho desaparecer.
FUCSIA: Se cuela por la ciudad, en el lugar más inesperado. Este color os llamará la atención cuando os sentéis en la terraza de un bar como el Nomad, cuando miréis las vistas de la ciudad, o cuando subáis la escalera de la terraza de la Maison de la Photographie (muy recomendable, por cierto, aunque quizá más por la terraza que por la colección). El fucsia de las buganvilias destaca un poco por todas partes, en azoteas y en ventanas, o por encima de alguna tapia. Es un toque de color puntual, pero que da aún más vida a una ciudad que no para.
NEGRO: es curioso. Seguramente, uno de los últimos colores que asociaríamos con el jabón sería el negro, y en cambio el jabón negro es un producto tradicional muy usado en Marruecos. Lo descubriréis si decidís relajaros en algún hammam, pero no creáis que es un producto “para turistas”: se vende en los mercados y se usa también en los hammams que frecuentan los lugareños (que no tienen nada que ver con los turísticos. Si buscáis experiencias más que relajación, entrad en alguno. Seguro que no lo olvidaréis). La elaboración es bastante artesanal, a base de aceitunas negras y aceite. Es un buen exfoliante y tiene mucha vitamina E, así que os dejará la piel como nueva.
BEIGE: si habéis decidido alojaros en un riad, es muy posible que el beige sea un color predominante durante vuestra estancia. Los riads son un alternativa muy recomendable a los hoteles, y están cada vez más de moda. Un riad es una casa o un palacio tradicional marroquí con un pequeño patio o un jardín interior. Alojarse en uno de ellos es sumergirse más profundamente en la experiencia marroquí, en un ambiente auténtico. Y la autenticidad viene dada por el respeto a la tradición. Son cada vez más los occidentales que abren riads, y de hecho gracias a ellos se están conservando técnicas como el tadelakt. Durante mucho tiempo, este sistema de revestimiento, a base de cal, fue un símbolo de Marrakech. Poco a poco se fue abandonando, y son ahora los extranjeros los que lo están recuperando. Como Stephan y Xavier, del Riad Snan 13. Ellos apostaron por el beige, el color natural del tadelakt, que ha dado un aire oriental y acogedor a la vez a un riad pequeño de habitaciones preciosas. Un lugar más que recomendable, muy céntrico, donde disfrutaréis de unos desayunos fantásticos y sobre todo de una hospitalidad que sólo tiene un inconveniente: ¡no querréis volver a casa!
¿A qué esperas para disfrutar de esta experiencia única? Consulta nuestros vuelos aquí.
Texto de Anna Guitart
Imágenes de Noemi de la Peña Fillat
+ infoMercados y otras direcciones de Palermo para comer
Palermo mantiene un extraño equilibrio que se balancea entre grandes avenidas comerciales y pequeñas calles impregnadas de romántica decadencia; entre parrillas callejeras improvisadas al calor de música electrónica y desenfadados restaurantes de moda. La ciudad vive, por momentos, atrapada en otro tiempo; pero también en un presente con anhelos de un futuro mejor.
Ciudad de contrastes, influencias, de convergencia cultural, la capital de Sicilia tiene mucho que contar a nivel gastronómico. Practica una cocina donde la pasta y la pizza son importantes (como lo son en toda Italia) pero reinventadas con sorprendentes particularidades, y combinadas con otros platos propios que beben mucho de mar y casquería. Y eso es algo que uno ve desde que entra en cualquiera de sus mercados, un atractivo que no puedes perderte si aterrizas en esta ciudad.
Vucciria, Il Capo y Ballaró
Los tres mercados de Palermo. Abren todos los días excepto los domingos, desde primera hora de la mañana y hasta la noche. Según acaban el género los puestos van recogiendo y echando el cierre de los pequeños “garajes” que tienen a modo de trastienda. Recomendamos ir por la mañana para disfrutarlos en plena actividad. Verduras que seguramente no hayas visto antes, especias, quesos, un montón de tipos de aceitunas, pimientos, enormes cabezas de pez espada…
Podrás probar especialidades callejeras como el pane con la milza o pani ca’ meusa (un bocadillo de bazo cocinado en manteca, acompañado de queso caciocavallo o ricotta y limón), arancini (bolas fritas de arroz rellenas normalmente de carne) opanelle (tortas de harina de garbanzos).
También puedes hacer parada y disfrutar de un marsala (vino dulce) en locales como la mítica Taverna Azzurra de Vucciria, punto de encuentro todas las noches de fin de semana; horas en las que las calles del mercado son adueñadas por jóvenes, birras, música, futbolines y parrillas llenas destigghiola (tripas condimentadas con sal, pimienta y limón en pan o sin él).
Recorrimos mercados, bebimos marsala y comimos stigghiola. Pero también nos pateamos la ciudad de arriba a abajo para tomar nota de algunas mesas que merece la pena visitar.
Da Diego. Pizzas y más en Via della Libertá. Nada de turistas y lleno hasta la bandera. Variedad de pizzas con la masa gruesa y cargaditas de ingredientes. Nos lanzamos a la de mozzarella, salchicha, espinacas y champiñones, y la acompañamos de unos involtini (rollitos) de pez espada con salsa de berenjena y de sfinzione (pizza siciliana) rellena de ricotta y pesto. Es una especie de focaccia cubierta con una pasta a base de tomate, cebolla, anchoa y hierbas aromáticas, coronada con queso caciocavallo, que se puede tomar sin rellenar o rellena, como fue nuestro caso.
Trattoria Michele & Jolanda. Como en casa. Esperábamos cocina casera y bien que la encontramos. Allí están Michele en sala y Jolanda en cocina sentándote a la mesa como si de su invitado se tratase. Tomamos caponata (berenjena y otras verduras con salsa de tomate), caprese (tomate, mozzarella fresca y albahaca) y ensalada fría de pimientos como antipasti. Pasta alla norma (tomate, berenjena y otras hortalizas) y con le sarde, receta típica palermitana, con sardinas frescas e hinojo. Y para seguir fieles al recital popular, acabamos a golpe de cannoli, unos canutos de hojaldre crujiente rellenos de queso ricotta. Si buscas una comida divertida, animada, sabrosa, casera y a buen precio no dudes en ir. Está en Via Cappuccini 12.
Osteria Mangia y Bevi. Mono y agradable. Dejamos lo familiar para pasar a un restaurante más trendy. Sin renunciar a la cocina fresca y buena, por supuesto. Recomendable para tomar pasta fresca, así como pasta frita y agglassati (dos formas tradicionales de aprovechar platos del día anterior). También para probar vinos de la zona y un estupendo cannolo servido en copa.
Información de interés
A la hora de elegir alojamiento, recomendamos las inmediaciones de Castelnuovo. Está en una zona comercial, a un paso de la parte antigua. Nosotros nos alojamos en el Hotel Politeama. Funcional, con un servicio estupendo y amable, y un desayuno donde no faltaba dulce, salado, fruta, mermeladas de un montón de sabores, diferentes tipos de pan y ¡hasta cannoli! Da a una gran plaza y en la puerta se coge el autobús directo al aeropuerto, una gran ventaja para no perder tiempo de más en los traslados.
También te animamos a que, si tienes algunos días de más, salgas de Palermo y descubras un poquito de Sicilia. En este caso te recomendamos contactar con Ulisse, que organiza excursiones privadas y regulares desde allí. Te atenderán estupendamente, no tendrás problemas con el idioma y te ahorraras dificultades a la hora de buscar transporte público o tener que desenvolverte en el caótico tráfico de la isla.
Un sitio que merece la pena descubrir Consulta nuestros vuelos aquí.
Texto y fotografías de Silvia Artaza (Gastronomistas)
+ infoBayona una ciudad con sabor a chocolate y a jamón
Bayona, la capital del País Vasco francés, es una de las ciudades más sorprendentes de la nueva región francesa de Aquitania-Lemosín-Poitou-Charentes. Vasca desde los pies a la cabeza, merece la pena pasear por las calles de esta localidad situada en la confluencia de losríos Nive y Adur y descubrir sus edificios que resaltan por sus coloridas fachadas y tradicionales entramados de madera. Tal es la influencia vascuence (Bayona pertenecía al territorio histórico de Labort, Lapurdi en euskera) que uno de los lugares más visitados de esta ciudad es el Museo Vasco, que aúna una de las colecciones etnográficas más importantes del sur de Francia. Esta cultura está presente en algunos de sus negocios (son muy típicas las tiendas de tejidos vascos), en algunos deportes como la pelota vasca, muy popular entre los bayoneses, y en el idioma, ya que en Bayona coexisten el euskera y el francés.
Bayona, en el departamento de los Pirineos Atlánticos, ha vivido eclipsada, injustamente por cierto, por la alcurnia y los baños de su vecina Biarritz, situada a menos de diez kilómetros de distancia. Tres son los barrios que forman el centro histórico de esta localidad de Aquitania: Grand Bayonne, Petit Bayonne y Saint-Esprit. En el primero de ellos destaca la Catedral de Santa María, con su maravilloso claustro del siglo XIII; el Château-Vieux (castillo viejo) construido en el siglo XII por los vizcondes de Lapurdi; o la Puerta de España por donde pasaba la antigua carretera que cruzaba la frontera. En el Grand Bayonne se pueden distinguir las tres murallas que envolvieron la ciudad a lo largo de los siglos: una primera de origen romano, una segunda de la época del rey Francisco I (principios del siglo XVI) y la última proyectada por Sébastien Le Prestre, más conocido como Vauban, en la segunda mitad del siglo XVII.
Por su parte, el Petit Bayonne es un barrio recoleto presidido por el Château-Neuf (castillo nuevo) construido en el siglo XV por Carlos IV. En esta zona se encuentra el anteriormente mencionado Museo Vasco, a orillas del río Nive, ubicado en la Maison Dagourette, un palacio del siglo XVI. Inaugurado en 1922, en él se guarda un verdadero tesoro etnográfico en el que se pueden ver desde tumbas típicas hasta casas, pasando por mobiliario del hogar o artesanía. Por último, al otro lado del río está el barrio de Saint-Esprit, con la ciudadela y la estación de tren como monumentos más insignes. Fue la zona en la que vivieron los judíos que emigraron desde España y Portugal cuando huían de la Inquisición.
Gastronomía de Bayona
El mercado de Bayona es un lugar excelente para probar los productos más típicos de la ciudad como el sabroso pastel vasco (gâteau Basque en francés), el jamón (curado, acompañado con pimientos de la cercana localidad de Espelette) y el chocolate, que trajeron los judíos que se instalaron en Bayona tras su salida de la Península Ibérica. Aparte del mercado, una de las calles preferidas por los amantes del derivado del cacao es la Rue Port Neuf en la que hay varios talleres artesanales como L’Atelier du Chocolat, donde hacen un riquísimo chocolate picante, y Chocolats Cazenave, una casa que lleva funcionando un siglo y medio y en el que sus especialidades son el chocolate al agua o el emulsionado.
Mini guía de Bayona
Puedes dormir en…
El Hôtel & Restaurant Des Basses Pyrénées, un establecimiento céntrico situado a escasos minutos de la catedral y de la Puerta de España.
Para comer no te pierdas…
La Karafe (25, Quai Jaureguiberry), con pinchos y embutidos típicos de la localidad.
Brasserie du Trinquet (4, Rue du Jeu de Paume), situado al lado de un trinquete donde cada jueves se juega a la pelota vasca.
Puedes comprar en…
Tissage de Luz (3, rue Port de Castets) donde veden manteles, bolsas o ropa de cama con el típico estampado vasco y otras versiones más modernas con colores vivos.
El aeropuerto de San Sebastián se encuentra a unos 40 kilómetros de distancia de Bayona. ¡Reserva tu Vueling aquí y anímate a conocerla!
Texto de Tus Destinos
Imágenes de B. BLOCH - CRTA y tuvemafoto-OT Bayonne
+ infoZúrich, una caja de bombones rellenos
“Resulta que en 1917 Einstein, Lenin y Joyce coincidieron en Zúrich. El primero daba clases en la ETH, el segundo preparaba la revolución rusa y el tercero escribía Ulysses. Esta ciudad cada día me gusta más.” Una amiga española residente en la urbe más grande de Suiza compartía estas líneas en su perfil de Facebook. Ella también escribe y es un poco revolucionaria. No da clases, que sepamos, pero todo se andará. ¿Qué hace una chica tan mediterránea en un lugar como éste? Lo entendimos nada más llegar. Disfrutar de su activa escena cultural, de sus restaurantes, de su lago, del río Limmat, de los parques, del silencio y de su tamaño mediano que permite atravesarla en tranvía e invita a recorrerla a pie o en bicicleta.
¿Sabías que lo que más extraña un suizo cuando viaja es el pan? ¿Que el dueño del legendario Café Odeon pudo construirlo gracias al dinero ganado en la lotería española? ¿Que el müesli (mezcla de cereales) fue inventado por el médico Maximilian Bircher-Benner, profesor de la Universidad de Zúrich? ¿Y que en el histórico restaurante Opfelchammer, uno de los favoritos del novelista local Gottfried Keller, te dejan escribir tu nombre en las vigas si bebes suficiente vino? Te esperas una ciudad lujosa porque olvidas que la reforma protestante se inició aquí hace ahora 500 años y ostentar estaba prohibido. De ahí su aspecto austero. Como los bombones rellenos, Zúrich esconde sorpresas. Nunca sabes qué te vas a encontrar.
Zúrich no es un destino económico, pero existen fórmulas para controlar el gasto. Antes de empezar a descubrirla, compra la ZürichCARD. Llegarás a la ciudad en tren desde el aeropuerto, podrás coger todas las líneas del tranvía y entrar gratis (o con descuento) en más de 90 establecimientos.
Si quieres comer en un lugar tradicional y moderno a la vez no dejes de visitar Haus Hiltl, el vegetariano más longevo de Europa (data de 1898). Un restaurante-bufé con más de 100 especialidades para escoger -pagarás según llenes el plato-, librería, tienda, estudio de cocina y bar-lounge.
Si te va lo ecléctico debes entrar en Les Halles, un antiguo almacén que hace las veces de restaurante y mercado, famoso por sus moules frites (mejillones con patatas fritas) donde podrás comer y comprar embutidos, quesos, vinos y otras delicatessen de la vieja Europa.
Si te apetece cenar en un lugar más formal acércate a La Salle. Te ofrecerán un buen steak tartar, varios platos de pasta fresca y un clásico pastel de carne casera con salsa de vino tinto y puré de patatas que debes probar.
Podrás alargar la noche en sus numerosos bares y clubes como el Nietturm Bar, situado en la parte superior de La Salle, un estiloso local donde probar el cóctel ‘Hugo’ (prosecco, sirope de saúco, agua con gas, menta, lima y hielo) o una copa de vino zuriqués junto a unas bellísimas vistas de la ciudad.
Si el tiempo amenaza lluvia o el frío te paraliza, embárcate en un crucero por el Lago de Zúrich. Disfrutar de un brunch suizo -con quesos, panes, salmón, mermeladas, fruta y bollería- mientras viñedos y casas de cuento desfilan ante tus ojos entre un suave balanceo es reconfortante. El crucero-brunch solo funciona los domingos. Imprescindible reservar. Zürichsee Schifffahrt.
Si por el contrario te has propuesto patear todo lo que puedas y más, lánzate al street food. Devora las salchichas de Sternen Grill, una sopa caliente en La Zoupa y los marroni (castañas asadas) de los puestos callejeros.
Si tu estancia va más allá del fin de semana no te vayas sin probar los pretzel (pan en forma de lazo) y el resto de especialidades de temporada de la bäckerei (panadería) Vohdin (Oberdorfstrasse, 12), una windows shopping (tienda escaparate) abierta desde 1626.
Si puedes permitírtelo, alójate en la planta 10 del Sheraton Zürich Hotel, ubicado en Zürich–West, el barrio de moda. Las habitaciones del hotel son espaciosas, luminosas y confortables, tiene wifi gratis (que nunca falla) y dos opciones gastro: el restaurante Route Twenty-Six -por los 26 cantones suizos-, donde sirven opíparos bufés de desayuno y el Café & Bar Nuovo, ideal para un café a media tarde o una cerveza Qüollfrisch naturtrüb nocturna.
Si quieres volver con un souvenir genuino en la maleta pásate por un supermercado local y cómprate una mini fondue de queso Gerber y una bolsa de chocolatinas Frey, dos marcas históricas que te dejarán muy buen sabor de boca. Aunque, te avisamos, nunca será igual que comer este plato de quesos fundidos en Adler's Swiss Chuchi o un chocolate caliente en Péclard.
¿A qué esperas para saborear las delicias suizas de Zúrich? Consulta nuestros vuelos aquí.
Texto de Carme Gasull (Gastronomistas)
Fotos de Mireia Aranda y Zurich Tourism
+ info